¿Qué incluye la corrección de estilo? Quizás sea la pregunta que puede llegar a intrigar y a la que se plantea una respuesta sencilla, directa e incluso fácil: corregir ortográficamente un texto. En realidad este proceso va más allá, no es solo cuestión de evitar que un sujeto sea separado del verbo en una oración o de que los extranjerismos puedan ser identificados con alguna licencia que indique, a nivel gráfico, que existen elementos que no pertenecen a nuestra lengua. Las palabras no solo tienen un componente semántico que responde a su carácter único e individual como término, que bien puede llegar a ser polisémico, sino que responde a su organización (contexto), sentido (intencionalidad), selección correcta dentro del discurso (léxico), estilo (carácter del artículo o la nota), entre otras características que funcionan para señalar que los signos y símbolos que componen la lengua trabajan tanto individual como en conjunto, y que deben entenderse las normas de la academia y también las normas de estilo que cada autor propone, las cuales deben ceñirse al corsé que representa el manual de estilo de un medio.
Entonces la corrección de estilo es el cuidado del lenguaje y el cuidado del mismo autor. Es entender su discurso y servirlo de manera armónica con el medio en el que se pretende emitir, propagar, difundir… Es también, manejar las estrategias comunicativas para que sea sencillo, interesante, funcional y certero. Tampoco se debe olvidar su verosimilitud con la casa donde habita, el medio y las compañías detrás de este. Y si continuamos la lista, debemos tener presente su carácter periodístico, entender la noticia como valor que nos conecta, tanto receptores como emisores directos, incluyendo a todos los agentes adicionales que perciben el producto final (todos aquellos quienes hacen la reputación: el boca a boca).
¿Cómo medir las correcciones de texto? Las medidas quizás puedan tomarse y dividirse entre minutos y horas, pero al discurso individual de cada hablante debe tenérsele paciencia. No todas las notas, artículos o entrevistas que llegan a las manos de un corrector son hechas por un solo usuario de la lengua, por lo que sus rasgos individuales se dejan ver en la organización de sus palabras, de sus oraciones, de sus ideas principales y secundarias… Habría que entonces tomar en cuenta su unicidad como voz dentro del medio, y a su vez, ceñirlo a las medidas que lo guían y le dan espacio en él. La apuesta es poder valorar y entender todas las preguntas que giran en torno a la noticia: qué información hay en ella, por qué es relevante y cómo tiene trascendencia, quién es el destinatario y a quién debo escribir para cumplir una intencionalidad con el mensaje, cuándo es necesario entender los recursos para expresarse y cuánto más se deben cuestionar las habilidades ajenas para justificar la calidad de lo que se obtiene.
Las formas de cuidar el estilo son sutilezas de gran esfuerzo y entendimiento, la cuantificación y explicación de sus medidas requieren entender el trayecto del corrector mismo. ¿Es posible corregir de forma inequívoca a todo tipo de autor? Lo mismo valdría preguntar si es posible que un cocinero pueda preparar todo tipo de tortas o pasteles, en teoría sí, porque entiende de ingredientes y de métodos, pero ¿es realmente eso todo lo que se necesita? Existe respeto ante el lenguaje y ante el tiempo considerable que toma no solo saber de ortografía y gramática, sino entender de medios de comunicación, de valores, de puntos de vista, de opiniones, de manuales de estilo, de formas de escribir, de análisis del discurso, de interpretación, de malinterpretación, de diseño de texto, de imagen, etcétera, y se dice etcétera porque puede resultar tedioso leer explicaciones de cómo un corrector no es basto con solo saber y aplicar ortografía y gramática para el resultado agradable de un texto.
¿Quién clasifica y pinta las líneas en el camino para que se ande sobre una misma ruta? El camino existe en la medida en que existe el medio, los caminantes se recrean en autores, escritores, columnistas, redactores o cualquier otro nombre que emule la ambición por transmitir información de forma escrita. Pero como buen libre albedrío, cada autor decide sus estratagemas para llevar a cabo una misión personal y compartida, es necesario entonces: cuidar de forma correcta al texto y dar las indicaciones necesarias para el cumplimiento de un objetivo en común (una buena calidad), enriqueciendo las aptitudes y facilitando un par de comas o puntos que les ayuden a trotar mejor la ruta de la comunicación.
Con ello, se cuida al medio y se cuida al prestigio que este proyecta. Y la paciencia es un elemento clave para no perder el brillo que recae sobre el esfuerzo de muchos.
¿Por qué correctores de estilo? Podríamos bien ser solo correctores ortotipográficos, palabra que suena incluso pornográfica, lo digo para emplear un término fuerte que describa a quienes manejan la lengua como los siguientes niveles desbloqueados de los correctores automáticos de Microsoft Word, solo porque se nos asemeja a máquinas que apenas intuyen el contexto y que por añadidura tienen una ligera noción de destinatario.
El estilo es quizás uno de los rasgos más delicados que se cuidan en la redacción. La voz personal que debe seguir teniendo nombre y apellido, y a la vez, estar dentro de una convivencia marital con otros autores para lograr armonía y ritmo. ¿Qué si el corrector es entonces el director de orquesta? Absolutamente no, esa función se le otorgará siempre al editor. Pero el corrector humildemente estará tras cámaras, tras el agobiante trabajo de haber arreglado una a una las partituras de toda la orquesta y que el sonido de la producción, al momento en que se produce el aura de la obra, se sienta y quede imperceptible su presencia [la del corrector]. Humilde trabajo que se reconoce solo por su imperceptibilidad, y que sea la ausencia del corrector lo que hace visible su trabajo ante los ojos de los demás. ¿Cierto?
El autor es confiado, es atrevido, es intencional y es verbo imperativo. Es. Sus pausas tienen un significado y un ritmo para que sus palabras anden, los términos que utiliza le dan ropa a su discurso, el cual es el momento en donde existe. Me atrevería a decir que el autor existe mientras lo leemos y solo allí. Entre sus pausas se desvanece, y en sus puntos finales pareciera caer en coma, o peor aún, en el olvido. ¿Quién se ocupa de la operatividad del pre estreno de ciertas palabras? El mismo autor y quizás la intervención de algún editor; el corrector —figura transparente— se materializa como la gaza, el bisturí o incluso puede ser el líquido que esteriliza a los instrumentos. Rehuimos del protagonismo y nos quedamos en la etapa que no brilla, terminamos de borrar disimuladamente las manchas que quedaron de un borrón apurado, hacemos más grueso algún trazo que se les ha olvidado acentuar, somos guardianes ante el kamikaze que pueda realizar algún adjetivo frente al texto… Y si llegásemos a ser alguna clase de Control de Inteligencia ante los recovecos del lenguaje, ¿acaso medirían el tiempo que vale realizar dicha labor de salvamento? Menos mal las palabras mal escritas o mal empleadas, colocadas, usadas y maltratadas nunca han herido a nadie, ni han desencadenado ninguna pérdida. dioz zalbe ala rreina.
¿Es necesario pedirle al corrector una justificación que mida en qué emplea el tiempo durante su trabajo? Al parecer para algunos es algo que se hace de forma necesaria para mantener un modelo de negocios, por otro lado, ¿es posible hacerlo? ¿Llevar ese requerimiento al facto? Sí, ciertamente es posible. Tal como es posible grabar un tutorial para explicar los pasos para corregir un error en el software de la computadora, o las maneras para preparar un platillo a base de salsa de soya. Pero, qué sucede cuando se trabaja en un medio que está compuesto por diferentes personas que están puliéndose en el arte del periodismo, cuando los tutoriales deben cambiar y adaptarse de autor a autor, cuando las técnicas de cada uno y sus personalidades se mezclan en los textos a fusión de blender, cuando el mix es homogéneo y el resultado termina siendo indivisible, como azúcar disuelta en agua. El análisis es posible, pero el trabajo se alarga, se extiende, se dilata, y se explica a través de oraciones pasivas, activas, de verbos irregulares y de complementos circunstanciales que anteceden la importancia del lugar antes que del evento en sí mismo.
Tal como las formas de citar dan importancia a unos datos sobre otros, los autores con una sencilla oración enuncian lo que consideran fundamental y lo introducen con mezclas y virtudes que sus habilidades de escritura, o mejor dicho, que su intencionalidad señala como más favorable. La artimaña, el recurso que se usa, los elementos de los que se emplean y las destrezas forman solo uno de tantos caminos posibles. El español es una lengua viva y compleja, donde al alterar los elementos y jugar con su posición, se termina modificando el significado y los lectores adquieren conocimientos diferentes. ¿Qué tan importante es la diferencia entre un acento y su ausencia? ¿Qué tan importante es la ausencia en sí misma?
El camino hacia la luna
Él caminó hacia la luna
El camino hacía la luna
¿Debería existir molestia porque no se percibe en qué empleo mi tiempo para realizar una corrección? No. La imperceptibilidad de mi trabajo resulta favorable, positiva, energizante y a su vez es la felicitación que llega sin palabras, en silencio, disimulada. Por otro lado, el que desconoce y teme por ese silencio, es porque habla mucho y no está acostumbrado al que calla.
Con su permiso no, avíspate mijito que voy pasando.
Osmar Peña ’15